domingo, 29 de agosto de 2010

El invierno

      
La criatura estaba escondida entre varios arbustos y sus gritos sonaban al compás del viento. La mujer de gris se acercó a ella, se quitó uno de sus guantes y acercó el dedo índice hacia el bebé. La manta que cubría a ese pequeño ser se abrió como los pétalos de una flor al nacer el sol y la mujer de gris vio el cuerpo de una niña de pocos meses.
     La piel de la niña era blanca, casi transparente, sus ojos estaban semicerrados y era difícil adivinar cuál era su color, pero lo que más llamó la atención de la mujer de gris fue el cabello de la pequeña. Su pelo era grisáceo, como su propio vestido. Parecía hecho de plata antigua.
     La mujer acercó su dedo índice una vez más sobre el cuerpo de la pequeña y fue justo entonces cuando sintió que su alma tiritaba. Fue entonces cuando la mujer de gris sintió frío en su interior. Parecía que el invierno estaba dentro de aquella niña. La mujer cogió la manta que antes había desdoblado y la puso encima de la pequeña. Entonces tomó a la criatura en sus brazos, sopló sobre el suelo en el que había reposado antes aquel gélido cuerpo y, al instante, desapareció entre los árboles. El sol ya empezaba a salir.

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