jueves, 9 de diciembre de 2010

Pérdidu y la muchacha


      Pérdidu abandonó la morada de Lapitia con un frasco de té guardado en su bolso. Para él aquel objeto de cristal, pequeño y liviano, lo significaba todo. El té mágico de la bruja suponía un cambio en su vida. Por ese motivo, mientras se alejaba del bosque y se acercaba a los aledaños del pueblo, se sentía cada vez más tranquilo.
     Las últimas semanas había sido duras y complicadas para el joven cazador. En algún momento había creído que se moriría de angustia o de miedo. Aquel temor a la muerte lo había llevado a acudir a Lapitia. La bruja era una amiga entrañable para él, a pesar de que jamás se le había acercado más allá de un palmo. Lapitia siempre tenía el remedio adecuado a todos sus problemas y por ese motivo, cuando Pérdidu se emamoró, acudió a la adivina mágica para que lo ayudase.
     Todavía recordaba con precisión el día en el que habían comenzado sus ansias de morirse. Era el día de su décimoquinto cumpleaños. El día anterior su padre y otros hombres del pueblo lo habían ascendido dentro del gremio de cazadores al grado de maestro de aprendices. Ahora ya era un hombre y podía servir de ejemplo a los chiquillos que deseasen aprender el oficio de "buscador de comida", como era llamada aquella profesión en el pueblo.
    Pérdidu decidió celebrar su cumpleaños y su ascenso con una fiesta. La celebró en la única taberna de Monaga. Allí reunió a su padre, a sus hermanos, a sus amigos y a sus compañeros del gremio de cazadores. Todos brindaron con enormes jarras de licor de fresa. Los adultos rellenaron las jarras de licor de fresa con unas gotitas de vino rosado. Los más pequeños mojaron galletas de trigo en el licor y comieron piedras de azúcar.
    El joven cazador se sentía eufórico y se reía ante las ocurrencias de su mejor amigo, Rémigo, que estaba sentado a su lado. Pero, de pronto, la euforia de Pérdidu desapareció, las palabras de su amigo dejaron de sonar en sus oídos, y, por un instante, todo lo que lo rodeaba dejó de existir. En el umbral de la puerta por la que se accedía a la taberna apareció la más bella imagen que jamás había visto en su corta existencia. Era la imagen de una muchacha. Era la imagen que causaría su muerte en vida. Era la imagen que lo llevaría a desear vivir y morir en el mismo instante. Tan solo era la imagen de la más linda criatura del mundo.

jueves, 2 de diciembre de 2010

El nombre

    - Mi niña querida,- dijo Lapitia en un susurro- tu nombre será especial. Sólo tú te llamarás así en el mundo. Te llamarás Rosagrís. Te encontré mientras buscaba mis pétalos de rosa y tienes el pelo tan gris como mis ropas. Te aseguro que este nombre será tan especial en tu vida que te protegerá para siempre.
    Todas estas palabras las pronunció mientras arropaba a la niña para que durmiese de nuevo. El joven Pérdidu ya se había marchado y las dos estaban solas, rodeadas por la oscuridad de la noche.
   Pérdidu era un muchacho impetuoso y casi la había descubierto. Había sido difícil para Lapitia ocultar a la pequeña. Era una suerte que la niña no llorase. A veces gruñía o se quejaba levemente cuando tenía hambre, pero no hacía demasido ruido.Seguro que Pérdidu había confundido los pequeños quejidos de Rosagrís con los maullidos del gato. Era una suerte que la pequeña Rosa fuese tan silenciosa. Por eso Lapitia, que todavía no la había tocado, se permitió darle un beso en la frente a la pequeña. Después calentó un tarro de leche sobre el fuego. Muy pronto la niña dejaría de dormir y pediría su cena.

domingo, 28 de noviembre de 2010

La niña

    La noche en la que Lapitia había encontrado al bebé había estado plagada de signos nuevos para la bruja: la luna había desaparecido, el viento se movía muy rápido pero no agitaba las copas de los árboles, la tierra estaba húmeda y los conejos se habían cobijado en sus madrigueras.

    Cuando Lapitia había llegado a su casa se había sentido terriblemente cansada. Además el frío que se había depositado en su interior no había desaparecido del todo.

    Ahora, la niña permanecía en silencio. No estaba dormida. Se limitaba a mover las manos y a mantener sus enormes ojos grises abiertos. La criatura miraba una y otra vez el mismo objeto: el bastón de la bruja. Esto extrañaba a Lapitia porque su bastón no estaba hecho de ningún material brillante, que pudiese llamar la atención de un bebé. Su cayado era de madera de roble y tenía una pequeña empuñadura de mármol en la que estaba tallada una minúscula rosa. Sin embargo, aunque el objeto era sencillo, por una extraña razón, llamaba la atención de la pequeña.

     Aquella noche, cuando la bruja había llegado a su casa se había percatado de que en su morada no había ninguna cuna, ni siquiera había un mísero camastro en el que poder acostar a la niña. Lapitia no tenía una cama propia porque casi nunca dormía y, cuando lo hacía, se limitaba a situar dos almohadones sobre el suelo y a tumbarse sobre ellos con cuidado.

     Por eso ahora Lapitia tejía una manta para sustituir a la mugrienta tela que envolvía todavía el cuerpo del bebé. Mientras tanto, la pequeña resposaba sobre uno de los almohadones mientras miraba con asombro el bastón de roble.

     Más tarde, cuando por fin la niña se durmió, Lapitia terminó de tejer la manta, la colocó sobre la pequeña, quemó la vieja tela en la chimenea que calentaba la casa, tomó su bastón, reposó su barbilla sobre la empuñadura y pensó: "Esta niña ya tiene una manta. Ahora necesita un nombre."

jueves, 2 de septiembre de 2010

Pérdidu

    - Lapitia, necesito que me ayudes.- le respondió el joven cazador a la bruja.
    - Hoy no puedo. Estoy más ocupada que nunca.
    - ¿Por qué?
    - No te lo puedo contar. Recoge tu bolsa y vete.
    - Por favor, Lapitia, estoy desesperado. Ella vuelve a huir de mí. No quiere verme.
     La bruja nunca había visto a Pérdidu tan nervioso. Realmente necesitaba su ayuda una vez más.
     - Está bien ¿qué quieres? ¿lo de siempre?
    - Sí, por favor. Sólo necesito un poco. Lo suficiente para que ella no huya de mí y me escuche una vez. Sólo te pido que me escuche. Ni siquiera te pido un abrazo, o un beso. Necesito hablarle, explicarle...
    - Para ya- lo interrumpió Lapitia.- Basta de quejarte como un niño. Ya tienes quince años.
    - De acuerdo, buena bruja. Me callo.
     En ese momento Pérdidu oyó maullar al gato en el interior de la vivienda, pero aquél no era un maullido normal. Aquel sonido se parecía más al llanto de un bebé.
    - ¿Qué le pasa hoy a tu gato? ¿Parece que maúlla de una forma extraña?
    La bruja volvió a regañarle, nerviosa.
    - ¡Te he dicho que te calles! Espera aquí afuera y te traeré el té que necesitas.
   Pérdidu se sentó de nuevo sobre una de las piedras que rodeaban la casa y observó cómo Lapitia entraba en ella y cerraba la puerta con cuidado. El cazador seguía preguntándose, como todos los días, por qué aquella mujer tan guapa y tan elegante seguía viviendo en la profundidad del bosque, alejada de los demás seres humanos.
 

lunes, 30 de agosto de 2010

La casa

    - ¡Lapitia!
     Pérdidu la seguía llamando pero no obtenía respuesta. La casa estaba en silencio. Ni siquiera se oían los maullidos del gato.
    -¡Lapitia! ¡Abre la puerta! ¡Necesito tu ayuda!
    Pérdidu se asomó a la única ventana de la minúscula casa de madera, pero no logró ver nada. Unas cortinas gruesas ocultaban todo lo que se encontraba en el interior. 


    El joven estaba perdiendo los nervios. Comenzó a rodear la casa. Sabía que no podía golpear la puerta porque la bruja no lo soportaba. Sólo respondía a los gritos a través de la pared.
    - ¡Lapitia! ¡Por favor!
    Pérdidu se sentó sobre una piedra con su cabeza apoyada en las palmas de sus manos. No soportaba aquella ausencia de respuesta. Pronto pasó el tiempo y empezó a oscurecer. Cuando el joven cazador se irguió y cogió su bolsa para irse, la puerta de la casa de madera se abrió y la bruja le habló:
    - ¿Ya estás aquí otra vez? ¿Qué quieres hoy?
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domingo, 29 de agosto de 2010

El invierno

      
La criatura estaba escondida entre varios arbustos y sus gritos sonaban al compás del viento. La mujer de gris se acercó a ella, se quitó uno de sus guantes y acercó el dedo índice hacia el bebé. La manta que cubría a ese pequeño ser se abrió como los pétalos de una flor al nacer el sol y la mujer de gris vio el cuerpo de una niña de pocos meses.
     La piel de la niña era blanca, casi transparente, sus ojos estaban semicerrados y era difícil adivinar cuál era su color, pero lo que más llamó la atención de la mujer de gris fue el cabello de la pequeña. Su pelo era grisáceo, como su propio vestido. Parecía hecho de plata antigua.
     La mujer acercó su dedo índice una vez más sobre el cuerpo de la pequeña y fue justo entonces cuando sintió que su alma tiritaba. Fue entonces cuando la mujer de gris sintió frío en su interior. Parecía que el invierno estaba dentro de aquella niña. La mujer cogió la manta que antes había desdoblado y la puso encima de la pequeña. Entonces tomó a la criatura en sus brazos, sopló sobre el suelo en el que había reposado antes aquel gélido cuerpo y, al instante, desapareció entre los árboles. El sol ya empezaba a salir.

sábado, 28 de agosto de 2010

Así comenzó todo...

         La mujer del vestido gris caminaba muy despacio mientras observaba todo lo que se encontraba a su alrededor: las plantas, los árboles, la tierra húmeda, las huellas de las ardillas… Pronto encontró lo que buscaba. Se acercó muy despacio a un matorral de hojas secas y flores rojas y empezó a oler cada una de las flores. A continuación las palpó con cuidado y arrancó un pétalo de cada una de ellas. Guardó todos los pétalos en uno de los bolsillos de su vestido.

        Al instante, el matorral se quedó sin flores y las hojas secas se deshicieron. El matorral se transformó en polvo y después el polvo desapareció. La mujer de gris sonrió para sí y metió su mano izquierda dentro del bolsillo donde estaban los pétalos que había guardado, tomó uno de ellos y lo enterró con cuidado en la tierra que se había quedado desnuda. Suspiró y siguió caminando por el bosque. Sus pasos eran firmes. Comenzó a refrescar y decidió ponerse la capucha de su vestido sobre la cabeza. Al momento oyó un sonido que resultaba muy extraño en aquel bosque. Era el llanto de un bebé.
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