miércoles, 8 de junio de 2011

Mary Anne

   Rosagrís llegó sola a la escuela. La bruja Lapitia no podía acompañarla. La escuela era un edificio más grande que su casa. Tenía dos pisos y una puerta inmensa. Alrededor del edificio había un jardín muy verde. En él resaltaban algunas flores del mismo color que los trajes de Lapitia.
   Rosagrís no vio a nadie en el exterior de la escuela. El jardín estaba vacío. Tan sólo un pajarillo había depositado sus patitas en la rama de un árbol y la miraba con ojos penetrantes. De repente, Rosagrís sintió el sonido de unos pasos veloces que se aproximaban a sus espaldas. Se dio la vuelta y vio, frente a ella, a una mujer hermosa. Era una joven estilizada, muy alta, con los ojos del color de las avellanas y llevaba recogido su cabello en un moño adornado con pequeñas horquillas plateadas. La mujer vestía con una falda blanca, de amplio vuelo, y una camisa de seda azul. No llevaba zapatos y de su hombro izquiero colgaba un bolso de gran tamaño. 
   La misteriosa mujer de ojos marrones se puso en cuclillas y acercó su rostro a Rosagrís. La miró en silencio y le tendió la mano:
    - Tú debes de ser Mary Anne ¿no? Yo soy Lina, tu maestra.
    Rosagrís le respondió:
    -Sí, señora maestra, soy Mary Anne.
    Rosagrís había recordado a la perfección las instrucciones de su querida bruja Lapitia: "en la escuela te llamarán Mary Anne, no Rosagrís." 
    La niña no sabía cuál era el motivo de aquel cambio súbito de nombre, pero acató la decisión de Lapitia porque algo había aprendido durante seis años: las brujas siempre toman las decisiones adecuadas.